Lucía Alvites* (Especial desde Perú). Como cualquier madre peruana, discuten con sus hijos e hijas, sufren con sus desdichas y se alegran cuando los saben felices; deciden sus permisos para salir a fiestas, administran sus castigos y recompensas, y hasta los ayudan con las tareas escolares. Sin embargo, estas madres hacen todo eso... ¡a miles de kilómetros de distancia!
Son cerca de un millón y medio de madres peruanas residentes en otros países del mundo, como Estados Unidos, España y Chile, el 60% del total de más de 2.7 millones de peruanos que viven y trabajan en el exterior. De ellas, 7 de cada 10 tiene al menos un hijo en Perú, principalmente en Lima y las ciudades de la costa centro norte. En las últimas décadas de “éxito económico neoliberal”, han buscado en otras tierras los futuros mejores que les aparecen persistentemente negados en el suelo patrio.
Normalmente, encuentran espacios laborales tradicionalmente destinados a las mujeres, tales como el servicio doméstico, cuidado de niños y enfermos, preparación de comidas, limpieza, y otras similares. Sin embargo, hace ya mucho que dejaron de ser meras acompañantes de los hombres, ahora son protagonistas autónomas de esas travesías hacia sus propias biografías, ampliando sus espacios de autonomía y asumiendo un rol proveedor familiar decisivo, a través del envío de dinero, las llamadas “remesas”. En el año 2010, estas peruanas como parte del conjunto total de emigrados, enviaron 2.500 millones de dólares al Perú, aportando 500 millones de dólares sólo en IGV al Estado, que a cambio hasta ahora, sólo les ha entregado medidas discursivas y no reales, una crónica despreocupación por la defensa de sus derechos ante la comunidad internacional, y una insufrible ineficiencia en los servicios consulares. Son se las muchas que tampoco caben en el “éxito” del Perú oficial.
Familiarmente, sin embargo, es ese crucial aporte económico el que las empodera y les permite seguir ejerciendo sus roles de madre a la distancia, especialmente a través del teléfono, el cual ofrece la posibilidad de interacción instantánea, oyendo la voz de los familiares, sintiendo sus entonaciones y ánimos. Es de bajo costo, y aunque hay otros soportes como internet, la conversación telefónica continúa siendo la mayoritaria, pues resulta más sencilla para mujeres que en muchos casos desconocen el manejo de un correo electrónico o no tienen acceso tan amplio a computadores como sí al teléfono. Son verdaderas “madres de locutorio”, en alusión a los locales de estrechas cabinas telefónicas donde ejercen periódicamente su rol y función de madres, sostenedoras de hogares y familias a la distancia. Espacios de inmensas alegrías y profundas tristezas femeninas. Allí, cumplen sagradamente, al menos cada fin de semana, el ritual de seguir hilvanando sus familias a pesar y en contra de la distancia y el desarraigo de un Perú esquivo pero de todos modos añorado, casi siempre en abnegado silencio.
Este 8 de marzo, día internacional de la mujer, cabe dedicarles un instante de nuestros pensamientos, rescatarlas un tantito así del olvido. Decidirnos a hacer algo por sus familias repartidas, a veces heridas de muerte por la separación, o resucitadas con el reencuentro. Un pedazo del país que a la distancia sigue hablando sencillamente con el país. Madres luchando por los suyos, a costa de no tenerlos a mano, buscando lo que todos a fin de cuentas, felicidad. Peruanas soñando que no deban irse, poder volver y progresar, o estar ligadas más dignamente con el Perú a la distancia. ¿Por qué habría de ser imposible?Este 10 de abril, puede ser un comienzo.
*Lucía Alvites es candidata al Congreso Perú Gana
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