El año que termina fue el año más intenso y contradictorio del que tenga memoria.
Muchos deben tener la misma sensación: año de demasías.
Demasiado alegres las alegrías y demasiado dolorosos los dolores.
Desmasiado tristes las tristezas y demasiado esperanzadas las esperanzas.
Lo individual y lo colectivo, dimensiones cada vez más fundidas. En mi caso al menos.
Otra demasía quizas?
No lo se, pero sí sé que lo bueno es mucho mejor entre amigos y compañeros.
Y que lo malo es menos malo. O al menos, más transitable.
Enumerar los acontecimientos de este 2010 sería engorroso por tiempo y por espacio.
Casi un imposible por lo interminable de la empresa. Así que la opción elegida será pintar algunas postales-aguafuertes de lo que aconteció, sin pretensión de otra cosa que el de remarcar las significatividades propias.
El año que termina arrancó en medio de una travesía pendiente desde años ha, por otros lares y con gente querida. Y en una noche de esas que quedarán guardadas para siempre, atravesé esa experiencia mística que creo había ido a buscar del otro lado del mundo. Y, vaya paradoja, crucé de retorno el océano con un totem-amuleto que atesoraré de por vida y con varias certezas que no había encontrado hasta ese momento. Una demasía para arrancar
Después vinieron el Cabildo proyectado con imágenes de nuestra historia relatada por nosotros, el salón de los patriotas latinoamericanos y las carrozas enloquecidas y místicas desfilando delante de mis -de nuestros, de los millones de- ojos que miraban como este presente se parecía tanto al futuro que alguna vez soñamos. Otra demasía. Hermosa demasía, vivida además con pasajeras e inolvidables intensidades.
Pasó también el inmortal Diego pegado a la línea de cal y transpirando la camiseta como si estuviera adentro de esa cancha de la que nunca se fue del todo. Nos comimos cuatro pepas y nos volvimos tristes, es verdad. Pero más allá de todo, quién nos quita la alegría de la inmensa provocación, de la fenomenal mojada de oreja a los poderosos del mundo que significaron esos días de alegría y esperanza. Y en todo caso, si había que chocarla: quién con más pergaminos y derechos que ÉL para hacerlo. Si es el Emperador de las demasías.
También estuvieron las fiestas y festejos compartidos. Más y más demasías que duraron lo que tenían o lo que podían durar.
El Oester fue sede oficial del agite nac&pop platense y se pobló de un afluente más de ese río inmenso, de ese río muchedumbre del subsuelo que inundó calles y plazas y que vino para quedarse.
La demasía más grande, la más inmensa de todas, sin embargo, llegó en la recta final. Y nuestro único héroe en este lío se nos fue.
Y se nos fue de demasía.
Por ponerle el cuerpo como nadie y por todos nosotros.
Por dejar todo en la cancha sin medir consecuencias.
Y vinieron los tres días más tristes y esperanzadores que hayamos vivido muchos de nosotros en toda nuestra vida.
Y la paradoja más inmensa fue que esa ausencia insoportable se transformó al mismo tiempo en la puerta de entrada de miles al camino del que ya nadie podrá desviarnos.
Alguien dijo que se cerraron tus ojos, pero se abrieron millones.
Nada más cierto.
Además de todo eso, en este 2010 las cosas que importan se fundieron también unas con otras, y los seis lados del dado que me mostró una noche mi amigo Martelli son cada vez menos lados y cada vez más gajos de una pelota circular en la cual no es fácil diferenciar una cosa de la otra.
La política y la música.
El trabajo y el amor.
El fútbol y los afectos.
Todo más mezclado, más empastado que nunca.
Y qué le vamos a hacer?
Si todo lo llorado y lo reído, lo cantado a solas o entre varios, lo gritado en la plaza o en la cancha, son parte de esta misma vorágine de demasías en la que transitamos. Y que transitamos orgullosos.
Si las noches y las mañanas no tienen fronteras definidas, para qué pretender fabricarlas nosotros?
Poniéndole color y mística, ya cerca del final de estos días, algunos tuvimos la demasía de una nueva alegría futbolística de la mano de un héroe como pocos. Pero esa ya es una demasía repetida.
Para finalizar:
Alguna vez, en alguna salutación de fin de año, terminaba diciendo "se vienen tiempos complejos. hagamos que sean hermosos".
Después de este 2010, podemos decir que logramos nuestro cometido.
Dependerá de nosotros, de ahora en más, transformar esa belleza que supimos construir -incluso desde el dolor- en aquello que nos falta.
Chau 2010, año de demasías
Que el 2011 sea todo lo glorioso que merecemos y esperamos.
Por Prof. Horacio Bouchoux
(Director Prov. de Políticas Socioeducativas)
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