lunes, 13 de septiembre de 2010

La presencia del “cabecita negra” y las xenofobias presentes.

En  épocas de renovadas xenofobias y rebrotes de estupidez, debemos recordar quiénes somos y de dónde venimos. Los medios de comunicación nos muestran como en Francia tratan de expulsar a los gitanos, EEUU a los latinos, España a los que no son españoles  y algún funcionario de la ciudad que se preocupa por la cantidad de banderas y extranjeros que viven en las villas porteñas. Las crisis y los fracasos económicos se tapan expulsando a aquellos que se utilizó como mano de obra barata cuando el país crecía. Los responsables que generaron semejantes crisis especulativas son premiados por los Estados con acogedores subsidios salvadores.

Son hoy en nuestro país los bolivianos, peruanos, uruguayos, paraguayos; que llegan buscando un destino mejor y se van acomodando donde su realidad económica les permite vivir. Pero no son solo ellos los que llegan a esta tierra de originarios, ex europeos, negros y “cabecitas negras del interior”, también vienen chinos y negros africanos que se asientan en la periferia porteña y el conurbano, haciendo una acuarela humana que asusta a los porteños “puros” que “descendieron de los barcos”.

Los libros de Don Arturo Jauretche son como “la biblia” para analizar la nueva coyuntura, basta con ojear algunas de sus obras para encontrar respuestas que nos permitan desmontar la “mentalidad colonizada” de cierta clase media, siempre permeable a la propaganda y discursos racistas de los poderosos, para con los oprimidos. Son los nuevos “cabecitas negras”, tan temidos como en la revolución peronista, que hoy llegan como producto de una nueva integración: La  latinoamericana.  

Decía Don Arturo: “…La presencia del “cabecita negra” impactó fuertemente la filosofía urbana, y la lesión ideológica al colonialismo mental se agravó con una irrupción que alteraba la fisonomía de la ciudad inundando los centros de consumo y diversión, los medios de transporte, y se extendía hasta los lugares de veraneo…

Hasta los descendientes inmediatos de la inmigración se sintieron lesionados. De ellos salió lo de “aluvión zoológico” y lo de “libros y alpargatas”, y no de la gente tradicional en la que pudo ser comprensible. La ciudad parecía invadida, pero no hacía más que repetir lo ocurrido algunos decenios antes cuando llegaron sus padres en las terceras de los barcos de ultramar. A la multiparla de los extranjeros que golpeaba los oídos del transeúnte, sucedió el multiacento de las tonadas provincianas…”  ¿Cuantos nuevos porteños o pueblerinos aporteñados se aturden o temen por su seguridad ante un hermano latinoamericano?¿Cuanto “ciudadano” se preocupa por la asignación universal por hijo que cobran los “otros” que no desea?

En esta frase que sigue imagino y veo “el Once”, “La salada”, o Dios sabe cuántas ferias del conurbano y las grandes ciudades del interior: “…Era una multitud alegre y esperanzada que ascendía de golpe a niveles de progreso que ni siquiera había imaginado. Esa multitud era alegre porque llegaba al trabajo estable y al salario regular como a una fiesta en donde se sentía desacomodada, como ese cabello hirsuto del “peloduro” que identificaba al “cabecita” con el peine y el espejito. De la carencia de recursos para las cosas elementales, pasaba éste a una abundancia que no estaba en relación con sus hábitos de consumo –o mejor, de no consumo- : fue el apogeo de la venta de discos, pañuelos de seda, perfumes baratos, diversiones, del gasto superfluo, en una palabra, y del ausentismo frecuente del trabajo que desapareció cuando los hábitos de consumo y las necesidades del nuevo nivel de vida se aprendieron en la única forma que se aprenden: por su ejercicio. Entonces se invento el resentimiento, palabreja que ya se había usado antes para los padres de esos mismos “gringuitos” que la usaban ahora. En ambos casos, hubo una transferencia de la propia subjetividad lesionada, a quienes la lastimaban por el simple hecho de ascender y dar una imagen de la argentina que no estaba en sus papeles.

Porque lo que ocurría era que el país real (hoy digo la patria latinoamericana) se hacía presente por fin gracias a las circunstancias favorables…” (*)

Don Arturo, siempre vigente, siempre presente, para entender nuestra realidad desde el pensamiento nacional y popular.

 Jorge P. Colmán

(*) Jauretche Arturo, “El medio pelo en la sociedad argentina”. Peña Lillo Editor, (1966). Pag. 298/299.

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